Alicia Díaz Rinaldi nació en los márgenes de la gran ciudad, en Avellaneda, un 25 de octubre de 1944. En sus primeros recuerdos, se entristecía y lloraba cuando veía el cielo coparse de nubes y relámpagos. Le impacientaba cierta nostalgia de la luz. Más tarde, descubriría que ese combate silencioso entre caos y orden, luz y sombra, ese juego de polos opuestos, o incluso -como con el tiempo aprendería a considerar- complementarios, serían las claves para emprender sus búsquedas pictóricas, para imaginar su propio universo.

Su infancia más temprana transcurrió entre los galpones y pasillos de la curtiembre que tenían sus padres José Pepe Díaz Fernández y Rosalía Rinaldi. En ese hogar fabril de los suburbios vivió hasta los cuatro años, cuando su familia se mudó un poco más al sur, a Wilde. La nueva casa tenía un jardín amplio, repleto de plantas y frutales, donde Alicia se pasaba las tardes trepada a los árboles, comiendo mandarinas y disfrutando del sol. Curiosa, solitaria e inquieta, leía con devoción las colecciones de cuentos de Billiken o de la Editorial Atlántida que compartía con su hermana Lidia, cuatro años y medio mayor. Sus padres no eran afines a pasear por los museos, pero solían ir juntos a escuchar conciertos de música clásica, a la ópera en el Teatro Colón y a remates en las casas de antigüedades. Más adelante, su familia se radicaría en el barrio porteño de San Telmo, y Alicia cursaría sus estudios secundarios en el Liceo Nº 3 de Barracas.

A los catorce años, en parte para enfrentar su timidez, comenzó a estudiar pintura con Víctor Chab, su primer y gran maestro, quien la orientó en los trazos del dibujo y en las herramientas de la pintura. Además, como era de esperarse de semejante mentor, la introdujo en el universo del surrealismo, con sus figuras extraídas de sueños lúcidos y sus poesías de imágenes azarosas, a la vez que la alentaba a visitar exposiciones y alimentaba su oído durante sus reuniones con escuchas de músicas diversas, clásicas y contemporáneas. Cada sábado, después del taller, la joven Alicia recorría la calle Florida con entusiasmo, pues la década del 60 estaba irrumpiendo con fervor en el campo artístico: nacía el Instituto Di Tella, el movimiento informalista quebraba los parámetros de la amoldada percepción burguesa, los happenings daban la nota a todo color, y los bares, galerías y salones de la ciudad explotaban de actividad. En los días de semana, después de salir de la escuela hacía “lo inútil” (en sus palabras): estudiaba francés y practicaba danza. A mediados de los años 60, junto a Ana Eckell, participó del ballet para niños Mimino maúlla y baila que dirigía Cecilia Bullaude y que se presentaba en el mismísimo Di Tella. Las danzantes (que ya por ese entonces imaginaban que devendrían artistas) jugaban al voyeur y se escapaban de los ensayos intrigadas por ver lo que sucedía en las otras salas del instituto.

En 1962, Díaz Rinaldi presentó su primera muestra individual en la Galería Galatea: una selección de sus pinturas abstractas, plenas de gestos automáticos. Todavía no había cumplido dieciocho años. El diálogo que se daba en el taller de su maestro con otros artistas (Delia Cugat, Osvaldo Borda y el fotógrafo Jorge Roiger) se hizo aún más intenso unos años más tarde cuando Alicia, Oscar César Mara, Cugat y el mismo Chab alquilaron y se mudaron juntos a una casona en Almagro. Allí cada uno tenía su propio espacio de trabajo y el ambiente se enriquecía todavía más con las visitas de otros artistas y el constante intercambio de ideas. Un día, Cugat y Reina Kochashian se detuvieron a mirar los dibujos que estaba haciendo Alicia. Sorprendidas por su capacidad de síntesis, le dijeron de manera imperativa: “¡Tenés que hacer grabado!”. Esa tarde marcaría un antes y un después en su vida como artista.

Un verano mientras vacacionaba con su madre en Río de Janeiro conoció a Carlos de Carvalho, un periodista brasileño que por entonces vivía con el hermano de su mejor amiga. Hubo charlas, miradas, cenas y caminatas. Alicia regresó a Buenos Aires con un sentimiento muy fuerte en el corazón y, por el período de un año, las cartas fueron y vinieron de ciudad a ciudad. Después, llegó otro viaje a Brasil, más caminatas y charlas; prácticamente ya eran novios y, cuando cada uno estaba en su país, acortaban las distancias hablando por teléfono una vez al mes. Estuvieron seis meses así, entre cartas y llamadas, hasta que Carlos voló a la “ciudad de la furia” y se plantearon la cuestión: rompían o formalizaban la relación. Decidieron estar juntos.

En 1967, Alicia se mudó a Río de Janeiro con una beca para estudiar grabado en el Museo de Arte Moderno. La pareja -ya por entonces casada- vivía en Botafogo, un barrio bohemio con cineclubes, bares y cafés. En el verano, bajaban a la playa bien temprano por la mañana y compraban pescado fresco directamente a los pescadores. Algunos fines de semana visitaban a unos amigos en Petrópolis, una zona de cerros, subidos a una motoneta que debían acarrear a pie cuando llegaban a la pendiente. Por las noches, veían películas de la nouvelle vague, Antonioni, Pasolini o Bergman en el cine de la Rua Paissandu o tomaban un café en la vereda de algún bar y regresaban a su casa caminando por la playa. Fueron años felices, de aprendizaje emocional y experiencias artísticas. En el Museo de Arte Moderno, mientras estudiaba Grabado y Técnicas Gráficas (hasta 1969), intercambió pareceres con editores, artistas y compañeros, ahondó en la historia del arte brasileño y sus raíces portuguesas y, dado que allí funcionaba la Asociación Internacional de Artistas Plásticos, vio circular a personalidades de la cultura que visitaban el museo, como Pablo Neruda e Indira Gandhi. Además, recorrió el Brasil colonial: viajó por Ouro Preto, Congonhas do Campo y otras ciudades, tomando contacto con el denominado barroco brasileiro.

Todo sucedía a un ritmo vertiginoso y, ese mismo año, expuso en la Galería Varanda de Copacabana. El Jornal do Brasil, el periódico donde Clarice Lispector escribió sus famosas crónicas, le dedicó en el suplemento dominical una nota acompañada por una fotografía en la que se la ve espléndida y sonriente. Ya había cumplido veintitrés años y, en la entrevista, explicaba: “Mis trabajos muestran la pequeñez del hombre actual ante la máquina y la angustia que siente al comprobar su impotencia con relación a todo esto”. Marcando la naturaleza surrealista de sus obras, el poeta Raúl González Tuñón describió en una reseña (inédita) a Díaz Rinaldi como “de particular sensibilidad y dueña de un instrumental técnico que conjuga la reciedumbre y la delicadeza”. Luego agregaba: “Las obras de esta artista, que exalta la libertad de las formas pero no ignora ciertas leyes de construcción, de equilibrio, nos parecen extraños poemas colgados”.

La estadía en Río de Janeiro se vio interrumpida por la feliz llegada de Luciana, la hija de Alicia, quien en ese momento decidió volver a vivir en Buenos Aires y criar allí a su niña. En 1970, a su nueva condición de madre se le unió la pasión por el grabado, una pasión que se intensificará, además, por el creciente estímulo que estaba recibiendo la gráfica en el campo del arte tanto en el plano nacional, con la conformación de nuevos espacios de circulación y reconocimiento de la obra impresa, como en el internacional. La investigación y la experimentación en ese terreno fueron fundamentales en la construcción de su obra. Trabajar en espejo la tenía atrapada. Sus grabados surgían de la tensión entre lo orgánico y lo mecanizado, y los personajes representados eran seres indefinidos “que todavía no son o que ya han dejado de ser”. La figuración se organizaba en correlación y oposición con la abstracción, así como lo natural hacía lo propio con lo artificial; la demarcación y el borrado de los límites entre entidades diferentes comenzaban a ser parte identitaria de su lenguaje artístico.

Por su carácter múltiple y por la facilidad de traslado que ofrece, el grabado le permitió a Díaz Rinaldi tener diálogos con colegas de todo el mundo. En 1970, realiza su primera exposición internacional en el Museo de Arte de La Paz en Bolivia, envía obras a concursos y salones nacionales en Argentina y participa de bienales de grabado en España, Gran Bretaña, Polonia, Alemania, Italia, Puerto Rico y Noruega, entre otras.

En 1973, por invitación de la embajada de Argentina, realiza una exposición individual en el Centro Paraguayo-Argentino de Asunción. Unos años después, en 1977, viaja a esa misma ciudad para exponer junto a María D’Avola en Arte-Sanos, la galería de arte de Ticio Escobar y Teresita Jariton. Toma contacto con el activista cultural Carlos Colombino, el artista y curador Osvaldo Salerno y otras personalidades del ambiente cultural paraguayo y vuelve a exhibir de forma individual, en 1979, en la Galería Arte-Sanos. En el prólogo de la muestra, el crítico Rafael Squirru comentaba las características experimentales de su obra: “En sucesivas etapas que ponen de manifiesto una constante superación, Alicia Rinaldi supera su propia imagen, cada vez más neta y depurada, en la que sabe orquestar el amplio registro de sus recursos formales. Mezclando técnicas de aguafuerte y aguatinta, como lo hiciera Goya, utilizando el papel húmedo para aprovechar los relieves del gofrado, mezclando tintas dentro de la misma plancha, plasma su neofiguración en contrapunto con el aprovechamiento cada vez mayor de las grandes zonas de color entre las que merece destacarse el uso del blanco”. Por su parte, Raúl Santana atestiguaba, a propósito de la muestra en la Galería Balmaceda en 1977, que “los grabados de Alicia Díaz Rinaldi, de afinadas dotes técnicas, expresan una cuidadosa y meditada organización del plano”.

Durante los agitados años 70, Alicia trabaja incansablemente en profundizar su búsqueda creativa (“No creo que pueda elegir una obra ya realizada que fuera a mi entender la mejor, siempre la mejor es la que uno espera realizar”, decía en una nota al diario El Tribuno de Salta, ciudad en la que expuso en 1977) y, asimismo, da a conocer su labor como impresora y editora. En 1974, junto con la reconocida poeta Juana Bignozzi editan Pragmatismo, un libro de poemas que incluía, en los primeros cinco ejemplares, las chapas originales de los grabados. Pragmatismo se convertirá en un libro-ensayo, el puntapié inicial para ir revitalizando en los años 80 la práctica del libro de artista. De este modo, Díaz Rinaldi trabaja no solo en sus propios libros-objetos sino que también colabora, codo a codo, con colegas como Alfredo Portillos y Gabriela Aberastury. Además, se consolida en el oficio de impresora incorporando una batería de técnicas y herramientas que le permiten realizar ediciones gráficas para Cristina Santander, Susana Rodríguez, Carlos Alonso y Luis Felipe Noé, entre otros reconocidos artistas.

La nueva década abrió sus puertas con dos importantes reconocimientos: el 1º Premio Salón Nacional de Grabado y Dibujo, en 1980, y el 2º Premio de Grabado Salón Municipal Manuel Belgrano, en 1981. “Imprimir bien es como hablar ordenada y claramente”, sintetiza en una frase que parece cifrar su manifiesto como grabadora. En un artículo de la revista Pepe, Rosa Faccaro anota: “En su crónica gráfica, la imagen no constituye un imperio autónomo y cerrado, un mundo clausurado sin comunicación con lo que lo rodea, las imágenes como las palabras, como todo lo demás, no podrían evitar ser capturadas en los juegos del sentido, en múltiples movimientos -como en este caso- vienen a regular la significación en el interior de las sociedades. Desde el momento en que la cultura se apodera de ella, ya se halla presente, en la mente del creador, el texto icónico”. “¿Qué técnica encuentra más cómoda?”, le preguntaron desde el diario La Mañana de Montevideo. Su respuesta es significativa: “La investigación de la técnica. Sacar el mayor partido de cada una de ellas. Trabajo a buril y con todas las herramientas manuales donde interviene el ácido. Deseo investigar las posibilidades del grabado y plantearme nuevos desafíos sin quedarme en lo conquistado”. Estas declaraciones son claves para entender los cambios que acarrearía en la década siguiente en lo personal (se divorcia de su marido, quien se traslada a Brasilia por motivos laborales) y lo profesional.

En 1982, realiza una muestra en la Galería Kandinsky en Madrid, cuyo catálogo contenía tres textos: “La neofiguración en el grabado” de Rafael Squirru, “El lugar como posibilidad y el tiempo como modificación” de Rosa Faccaro y “El rostro del drama cotidiano” de Paloma Martínez-Moya, de la Asociación Española de Críticos de Arte, quien resaltaba: “Nuestra grabadora siente la necesidad de marcar la posibilidad de continuar indefinidamente todos sus trabajos. Es de la opinión de que cuando una cosa está totalmente acabada es como si estuviera también un poco muerta”. Esta idea de “obra abierta” coincide, en esos años, con el planteo del trabajo en serie de la artista y su preocupación por la exploración del espacio. El ensayo de Elena Poggi que integra el libro El arte del grabado (1982), centrado exclusivamente en la obra de Alicia Díaz Rinaldi, dedica especial atención a esos dos ejes. Poggi señala que las series “le permiten diversificar un mismo aspecto del procedimiento, pensando que la plancha es uno de los medios de más espléndidas combinaciones, revelaciones y cambios. Así como otros han aprovechado la plancha para extraerle diferentes estados, nuestra grabadora atiende a la serie como variante expresiva”. Y, con respecto al espacio al interior de la obra, considera que “sin hablar de cambios diametrales podemos decir, comparando las últimas obras con las tempranas, que ellas manifiestan una jerarquía del espacio muy elocuente, desde el momento en que este ocupa un lugar predominante en el diseño. Tal vez está presionado por el uso de formas amplias que exigen respiración y, por lo tanto, contornos amplios y limpios; pues en efecto, sin llegar a ser monumentales, las amplias formas que distinguen a Alicia manifiestan necesidad de expandirse”. Asimismo, Poggi anticipa nuevas búsquedas técnicas y descubrimientos: “A partir del momento tempranísimo en que abandona la pintura por el grabado, este se convierte en una sucesión de experiencias (...) Nuevas búsquedas son objeto de nuevas variantes en el aguafuerte: destacado de mordeduras y recorte de la chapa a partir de 1975 (...) Tal vez el resultado de este recortado de la plancha tenga que ver con los modos del collage, en cuanto enfatiza la calidad del material y el procedimiento”.

Es entonces, a raíz de un viaje a Australia en 1984, cuando Díaz Rinaldi toma contacto con una técnica que le permite producir matrices con materiales no tóxicos: el collagraph. Junto con la artista Mabel Rubli investigan la historia y las características del procedimiento, y en 1985 la dupla ofrece un seminario para artistas que introduce por primera vez esa técnica en nuestro país. Alicia no se detiene en sus indagaciones: amplía el concepto, incorpora otros materiales y viaja a Chile y Paraguay para dar cursos de divulgación sobre ese método. El collagraph permite hacer una matriz acrílica con materiales como el cartón o el gesso -un material que gracias a su elasticidad no se deforma- y trabajar sobre esa superficie por adición, al contrario del grabado tradicional (ya sea xilografía o aguafuerte) en el que se procede por sustracción. La expansión y ruptura de los límites tradicionales del grabado son, en esos años, la piedra basal sobre la que se sostiene su práctica artística.

El retorno a la democracia en 1983 permitió, en esos años, la recuperación y activación de los espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires, así como también la reunión y asociación de artistas que habían quedado relegados al ámbito privado durante la dictadura militar. Junto con la artista Matilde Marín, Díaz Rinaldi se propuso transformar la práctica del grabado y cuestionar los recursos técnicos, el soporte y los usos del papel y del color. Para ello, fundaron el Grupo 6, que estaba integrado, además, por Olga Billoir, Mabel Eli, Zulema Maza y Graciela Zar. Fue una agrupación con un gran margen de libertad para crear de manera individual y aunar propuestas diversas en torno al espacio por medio de instalaciones, objetos, esculturas gráficas y obras de gran formato. “¿Cuántas cosas puedo ensayar sin dejar de ser yo mismo? ¿Es el papel, la matriz, la impresión? ¿Soy grabador, dibujante, pintor o escultor? La pregunta por la identidad campea los años 80. Algunas respuestas llegaron en aquel momento y parecieron ser: somos lo que actuamos”, reflexiona María José Herrera. En 1985, el Grupo presentó la muestra Intuiciones, intenciones, impresiones en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que en ese entonces estaba ubicado en la avenida Corrientes, en el edificio del Centro Cultural San Martín. En el hall, antes de ingresar a la sala, mostraron algunos trabajos realizados en heliografía y Díaz Rinaldi presentó El francotirador, una obra cuya lectura cambiaba dependiendo del soporte sobre el que se imprimía: mármol, plomo, madera, cuero, plásticos, papel de cocina, etcétera. Al año siguiente, el colectivo participó de las Jornadas de la Crítica organizadas por Jorge Glusberg, envió obras a la Bienal de Valparaíso en Chile, realizó una muestra en la Galería Ática y presentó la segunda parte de Intuiciones, intenciones, impresiones en el Museo Eduardo Sívori del Centro Cultural Recoleta. Allí, Alicia montó una gran instalación en monocopia sobre dos cuadros del siglo XIX (tenían igual tamaño pero uno estaba roto y el otro no) que se desplegaba por el espacio, iba por el techo, atravesaba la bóveda y al salir por otra pared al patio se volvía volumétrica: el pasto era pasto, la piedra, piedra. El grabado pasaba de bidimensional a tridimensional, y el espectador tenía que cambiar su postura y moverse (en el espacio) para captar con su mirada la totalidad de la obra. Entretanto, hacia 1987, Mabel Eli se retira del Grupo e ingresa Oscar Manesi, con quien exhiben en la Universidad de Salamanca en España. También por esos años, Díaz Rinaldi forma parte de la agrupación GRABART, con la cual realiza exposiciones en 1989 en el Museo de Arte Moderno y en 1990 en el Museo Municipal de la ciudad de La Plata. La década del 80, que había comenzado con dos premios importantes, cierra de manera excepcional con uno mayor: en 1989 obtiene en el XXV Salón Nacional de Grabado y Dibujo el Gran Premio de Honor de Grabado. A esta distinción se sumará el reconocimiento de la Fundación Konex que, en 1992, la nombró una de las cinco principales figuras del grabado en la Argentina.

“Creo que la organización del espacio estético es como la caligrafía, algo muy personal e intransferible, por lo que creo que la tarea del docente es posibilitar que cada discípulo se exprese en su propio lenguaje”, declaraba en una entrevista en el diario El Día de Montevideo en 1993. Es una época de emprendimientos, viajes y experiencias donde el saber ocupa un lugar central. Su conocimiento de la técnica le permite brindar cursos en Chile, Bolivia, Paraguay y también en Europa, adonde viaja de una a dos veces por año, particularmente a Alemania (allí enseña junto a Gabriela Aberastury) y a España. Dar para recibir es un principio básico sobre el cual sostiene su pedagogía, porque ese fluir del conocimiento tanto de la técnica como de los materiales (collagraph, polímeros, poliéster para litografía, litografía sobre aluminio, etcétera) le permite enriquecerse con las distintas posibilidades de expresión que conoce a través de sus alumnos y colegas. A su vez, el intercambio con otros le permite colaborar en la fundación del artista húngaro Batuz.

Los viajes al Viejo Mundo despiertan en Alicia un ansia por buscar sus orígenes y, por eso, recorre Italia y otros países europeos en un intento por tratar de descubrir los vestigios de su pasado. Le fascina la arquitectura, sobre todo los restos de los antiguos imperios -capiteles, columnas, puertas y frisos- que vio en el Museo Románico-Germano en Berlín y otros fragmentos con los que se topa a cada paso en calles y edificios de ciudades europeas. La muestra Otra mirada: el fragmento, que realiza en 1991 en la Fundación Banco Patricios, es la ocasión perfecta para incorporar los recuerdos de sus exploraciones por esas tierras y ubicarlos en una gran instalación donde cada obra tiene relación con la anterior y el conjunto en sí forma una sola gran pieza que envuelve la cúpula circular del espacio de exhibición. “Otra mirada, serie que se inició en 1987, define la cualidad de Díaz Rinaldi, para seguir en una secuencia la idea y el objetivo elegido, en un desarrollo sometido al tono del ‘racconto’ (...) Su obra nos reenvía a una arqueología visionaria que rescata el tinte perpetuo e inmóvil del recuerdo, en esta evocación clásica. Los grafos del fragmento organizan las imágenes en el intermitente fluir de la memoria”, dirá Rosa Faccaro en Clarín. De manera similar, en el prólogo de 9 mujeres, la muestra que comparte con Gabriela Aberastury, Malena Troslino, Nora Dobarro, Gabriela Godel, Diana Dowek, Martha Zuik, Elda Cerrato y Gloria Priotti en el Museo de Arte Moderno en 1992, Raúl Santana anota: “Díaz Rinaldi crea ámbitos donde se conjugan obsesivamente fragmentos, tal vez, de una memoria que vuelve a organizar y reorganizar imágenes como poderosas huellas que persisten”. Sin embargo, es Ticio Escobar quien hará la descripción más precisa de este período en el cual el fragmento gana espacio en su producción: “Alicia Díaz Rinaldi no parece mentar el conjunto sino el fragmento que habla de rupturas y de ausencias; el trozo que refleja su versión amputada del todo o el segmento de una verdad que ocurre siempre más allá de sí misma y que nunca se muestra entera. Ella hace arqueología a su manera: recoge residuos de la historia, cita algún momento fugaz que ya ha sido citado y olvidado muchas veces. Con esos retazos rearma otro conjunto: es un collage condenado siempre a la forma quebrada de la memoria, que sedimenta tiempos distintos y ensambla dimensiones contrarias. Pero Alicia accede a este espacio desarticulado a través de un quehacer tan riguroso que termina por abrirlo a un lugar extraño regido por las puras leyes de la imagen; por la lógica implacable del signo gráfico. De la tensión entre la claridad del discurso y el desorden de la mirada (o el sosiego del todo y la inquietud del pedazo) se nutrirá la artista para terminar sus formas, incompletas siempre”.

Por el año 1986, Díaz Rinaldi había formado pareja con el artista chaqueño Leonardo Gotleyb. La relación sentimental, pese a la diferencia de edad (Alicia es unos quince años mayor), se extenderá por nueve años en los que compartirán experiencias cotidianas, viajes, exposiciones, cursos y seminarios (como la muestra Memoria gráfica, nombre que luego también tomó una charla en torno al tema de la memoria, y Trabajos en papel, una exposición que realizan en el consulado argentino en Frankfurt, Alemania). Es así que, en 1993, exponen juntos en la prestigiosa ciudad alemana de Kassel. Por iniciativa de las cancillerías de ambos países participan de la muestra Das andere Gesicht (La otra cara) en la documenta, que exhibe diferentes facetas del arte contemporáneo en países periféricos junto a obras de artistas locales. Entre los argentinos convocados estaban Gabriela Aberastury, Carlos Alonso, Hernán Dompé, Diana Dowek, Ana Eckell, Sara Facio, Germán Gargano, Eduardo Hoffmann y María Elena Walsh (que aportó poemas para el libro-catálogo de la exposición).

La cuestión de la identidad, que sobrevuela su campo de exploración artística en la representación de los fragmentos arquitectónicos, pasa a ser un tema central en su obra; se trata de un tema que continuará indagando, de manera constante, a través de los años. “Alicia Díaz Rinaldi hace de cada una de sus obras una creación que responde a una búsqueda, y sus imágenes algo distantes y frías alcanzan una convicción que está por encima de una proyección de sentimientos o la pura aplicación de una idea”, afirmaba Fermín Fevre en ocasión de su muestra en la Galería Ática en 1995. Y Albino Díaz Videla comprobaba, en un artículo en el diario La Prensa, que “es de muy rara sensibilidad la labor de Díaz Rinaldi, quien dejó de lado la anécdota para remitirse a esencias que solo pueden conocerse por medio de la sensibilidad”. Por otra parte, en una nota titulada “El grabado argentino”, Rosa Faccaro insiste en destacar el trabajo de la “obra abierta”, que “en sus diversos sentidos otorga al espectador una participación activa (...) Incorpora esta noción de proceso al descartar fórmulas cristalizadas y estereotipadas, tratando de reflexionar sobre su sentido artístico y sociocultural”.

La libertad para combinar recursos y técnicas gráficas de un amplio abanico de alternativas caracteriza el trabajo que realizó, en 1998, para el Museo de la Casa Rosada. Irma Aristizábal, su directora, halló estudios de planos realizados en acuarela por el famoso arquitecto Francesco Tamburini y se los ofreció a Díaz Rinaldi como inspiración para la muestra. La artista optó por usar la técnica del fotograbado, intervino los planos y, a su vez, incorporó su propia visión de las cosas añadiendo, al decir de Rosa María Ravera, “vida y cultura”. Insectos que se desplazan entre columnas dóricas y signos que indican desplazamientos aparecen como “escritura plástica o escritura gráfica”: “Las realizaciones de Alicia Díaz Rinaldi denuncian dos impulsos. Su gráfica alterna lo residual de algo incognoscible que excede siempre la forma con aquello que la define dejándose penetrar por la autoridad contundente del estatuto clásico. Una antigüedad que retorna en la medida en que exhibe el testimonio de lo ya sido. Finitud recobrada que perdura en el simulacro, el juego de la geometría y las simetrías que contrarrestan con éxito, los intentos del desorden y el caos (...) Imposibilidad de captar la completud, posibilidad explícita de entregarse únicamente a la parte imperfecta/perfecta. Vivencias productivas de una obra que sin pausa se construye y reconstruye refinada, sabiamente”.

Los años 90 culminan con la convocatoria del Museo Nacional de Bellas Artes para integrar la muestra Gráfica actual - Gráfica 12, que hacía un panorama del grabado en nuestro país. Con obras de Rodolfo Agüero, Ana Eckell, Leonardo Gotleyb, Juan Lecuona, Gustavo López Armentía, Matilde Marín, Zulema Maza, Eduardo Médici, Luis Felipe Noé, Liliana Porter y Mabel Rubli, la exposición se traslada por varias salas de la Argentina, posibilitando que algunos artistas viajen, inauguren y establezcan un contacto directo con el público de otras ciudades. A su vez, Díaz Rinaldi expondrá en Rosario, precisamente en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, la serie Evocaciones. “Forzando al límite su proverbial equilibrio entre innovación y tradición, Díaz Rinaldi deja demostrado que el desborde de los límites entre disciplinas y la originalidad de los procesos de construcción material de la obra no tienen por qué vivir enemistados con la calidad plástica”, destaca Beatriz Vignoli en El ciudadano y la región. La periodista, además, se detiene en el análisis del procedimiento utilizado en la hechura de las obras, y en su peculiar efecto: “Díaz Rinaldi toma el concepto de la técnica chine collé, que consiste en pegar, sobre el papel que será el soporte principal de la estampa, un papel muy fino, cuya delgadez precisamente es lo que permite estampar en una sola impresión de la matriz dos papeles a la vez. Pero en lugar de usar la técnica, la artista imita sus efectos. Las Evocaciones se ven como si hubieran sido estampadas en todas sus partes con una sola aplicación de la matriz, lo cual es imposible, dada la diferencia de alturas entre las superficies de los diferentes fragmentos que componen cada cuadro. ¿Cómo logró Díaz Rinaldi esta hazaña absurda, propia de un sueño? (...) La sensación resultante es la de que los fragmentos en relieve que sobresalen como mesetas en una llanura fueran dispuestos en el plano como téseras, como porciones de cerámica halladas por arqueólogos que estuvieran esperando encontrar los demás pedazos para reconstruir una forma total. Tal ficción arqueológica ejerce sobre el espectador atento una seducción cargada de duelo: los fragmentos van a estar siempre faltantes, la reconstrucción será siempre incompleta. Hay que soportar los vacíos: se trata, en suma, de una belleza específicamente moderna”.

Siempre en movimiento y desafiando los límites, Alicia Díaz Rinaldi comienza a indagar en el autoconocimiento, dándole vueltas a la idea del propio yo. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo (1999) oficia de obertura a una serie de autorretratos -mediante fotografías intervenidas- que presenta con el nuevo milenio. “La artista ha tomado conciencia que en el devenir de nuestras vidas, y mucho más limitadamente, en la temporalidad breve de los días de la semana, tenemos ocasiones múltiples de ensayar máscaras (...) Cuidado, máscaras imprecisas. No es un matiz dado que es su métier. Es la ineludible vigencia de un oficio -impecable- y el intento de indagación, no explicitado, de lo que sería el propio Self. Admitiendo desde el vamos la discontinuidad vital de una (presunta) identidad que pone a prueba, peligrosamente, tanto los cambios como la permanencia”, afirma Rosa María Ravera en un texto para la muestra colectiva Autorretrato en el Centro Cultural Borges, en el 2001.

Sin embargo, es La dualidad del universo (una exposición realizada ese mismo año en el Centro Cultural Recoleta) donde este interior “en construcción” se hace más evidente. “Son suyas las estrategias y maquinaciones. Es ella la que produce, lee, interpreta, adquiriendo en consecuencia el derecho bien ganado de mostrarse a sí misma. De presentarse como autora, como mujer, como cuerpo, como mirada y ojo”, escribía Ravera para esa ocasión. En la sala, las figuras de Alicia en tamaño real de frente, de perfil y de espalda ensayan su pose junto a máscaras y rostros con fragmentos de grabados que conviven, a su vez, con aguafuertes en cuyo interior insectos intentan avanzar por los pasillos de arquitecturas arcaicas -o lo que queda de ellas- mientras en relieve flechas y signos indican direcciones inciertas. “Esta suerte de huestes invasoras -que no son solo animales sino también flechas que imprimen sentidos direccionales perturbadores- manifiestan el inquietante antagonismo entre el orden de un mundo establecido y estático y la fuerte afirmación de lo viviente”, trazaba Rosa Aiello, de la Asociación Argentina e Internacional de Críticos de Arte. Y Susanne Franz, en una reseña para el Argentinisches Tageblatt, señalaba con acierto que “la artista recurre a un nuevo recurso que contrapone a la rigidez de los elementos arquitectónicos: ahora, crea los fondos de las obras de una manera efímera, lúdica; aparecen garabatos, graffiti, bocetos como arrojados anárquicamente sobre la tela”. La escritura se hace cuerpo y, en el gesto, Díaz Rinaldi evoca sobre la superficie de la obra una dualidad donde la razón se contrapone a emoción, caos a orden, naturaleza a cultura. Planos y contraplanos que la artista explorará en el correr de estos años, acercándose y alejándose de un polo u otro, rastreando y tanteando el equilibrio.

Para esa época, la familia se divide entre España y Argentina. Luciana se radica en Barcelona luego de hacer una maestría en diseño gráfico y, en el 2006, viene al mundo su nieta Alexia. Los cursos de grabado que da Alicia, desde 1999, en Fuendetodos (un pueblito ubicado en la provincia de Zaragoza, conocido por ser el lugar de nacimiento de Francisco de Goya y Lucientes), le permiten viajar a España una vez al año durante el verano europeo. La emigración de su hija no fue para ella un problema, pues “tuve claro, desde su nacimiento, que Luciana era del mundo, no mi propiedad, y que debía seguir su intuición y su deseo. Por lo tanto, la ayudé en todo lo que pude para que logre sus objetivos”, explica Alicia.

Desde el 2002 al 2008, expone en varias ciudades españolas: Valladolid, Málaga y Marbella. En el 2003 exhibe obras en la Galería Andrada en Buenos Aires (Rosa Faccaro en un texto emblemático que titula “El grabado como lenguaje simbólico” hace un recorrido por la trayectoria de Díaz Rinaldi haciendo hincapié en “la tarea exploratoria técnica como el uso del collagraph, el polímero, el transfer fotográfico, las técnicas de Hayter del metal y las densidad de las tintas, y el sentido de articular un lenguaje rico en propuestas plurales claras y de lectura pregnante, queriendo decir que la síntesis formal es una de sus características, junto a la claridad escritural de sus rasgos, su gesto, su contundencia, o su levedad incisiva”) y, en el 2007, realiza la muestra Impresiones al rojo en la Galería Matthei en Santiago de Chile. Ese mismo año escribe un texto para ¿En qué piensan las mujeres?, exposición colectiva en TransArte, también en Buenos Aires. Con tono sincero, íntimo y testimonial, Alicia Díaz Rinaldi enumera personas y obras significativas en su vida, reflexiones y placeres personales: “Un artista de hoy que me interesa es Frank Stella, por ser un espíritu libre. Una gran amiga es Gabriela Aberastury. Amigos de toda la vida: Delia Cugat, Sergio Camporeale, Zulema Maza, Matilde Marín y Gabriela Zar. Yo soy muy amiguera. Respeto mucho a las personas que tienen ética y son estéticas. Me emociona la inocencia de los niños, los bebés, la fragilidad de los ancianos y el mar. La libertad, la amistad y el respeto son valores fundamentales. Mi frase: ‘Una acción violenta genera una reacción igual o mayor violencia’. Mi libro de cabecera es El poder del ahora de Eckhart Tolle. Escucho música clásica, Bach y Mahler, y también Sakura y Ravel, dependiendo de mi estado de ánimo. Me hubiera gustado ser cantante. Me fascina la revolución tecnológica. No creo que los fanatismos sirvan para algo más que esconder vacíos e inseguridades. Me gustan las ensaladas y el perfume de los nardos. Incorporo los nuevos aportes de la gráfica, la fotografía, la imprenta, la informática a mi propia disciplina. Los argentinos somos presumidos, gritones, inteligentes, curiosos y rápidos. En mis ratos de ocio voy al cine, al teatro y a la ópera. Cada vez que la pasan por TV vuelvo a ver Casablanca. Me asusta desafinar cuando canto en coro. Mi mayor desdicha sería perder a un ser amado. Mi paciencia y mi paz interior son mi característica. Creo en la idea del ser superior, en todos los dioses, pues todos son uno”.

El 2008 señalará la apertura de una era de cambios en la configuración de su obra. La muestra Dos en uno en la galería RO marcará tanto su retorno a la pintura como un mayor énfasis en el uso de colores, presentes en forma de cuasi pixeles o mosaicos en el plano: rojos, azules y amarillos predominan, orquestando el conjunto. Tal como anota Ravera en “Alicia Díaz Rinaldi: Dos en uno”, el texto que acompaña la exposición: “Hay una invitación no perentoria, pero sí solícita, a repensar experiencias en vista a lo nuevo (...) Se trata de eso, al parecer, del mundo mismo, de sus variaciones y permanencias. Así lo percibe Alicia, lo que piensa y siente van conjuntos, facultades y feeling no podrían separarse dado que en ella las soluciones plásticas son propuestas existenciales, su visión del arte, de la pintura y del grabado implica una concepción del mundo, una auténtica Weltanschauung”. Los títulos de los trabajos a punta seca y stencil que exhibe nos hablan de Reflejos interiores, Visión lunar, Más allá del silencio, Espacio-tiempo, La revelación y, por supuesto, Signos, siempre presentes, marcando el gesto y el símbolo. En una nota en el diario Ámbito Financiero, la periodista Laura Feinsilber también señala que la artista “parece más despojada expresando a través de lo formal una vuelta a la esencia del grabado. Imágenes geométricas fragmentadas, huellas de incisiones realizadas al azar, pequeñas manchas que viajan por la superficie y se disuelven, el blanco del papel, un vacío en el que estos elementos están insertos, la utilización provocativa de la pintura en campos de color le permiten resolver problemas expresivos que conforman el estado de su obra presente”.

Dos en uno la mantiene ocupada todo el año ya que la exhibición sale de gira por otras salas del país; durante mayo y junio ocupa la sala del Museo de Arte López Claro en la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, y en octubre viaja al Museo Provincial de Bellas Artes Dr. Juan R. Vidal, en Corrientes. En la revista especializada en arte Ramona, un espectador atento como el artista Luis Espinosa declarará que “la secreta forma de estas obras no se encuentra en la bidimensionalidad en la que fueron magistralmente compuestas. La forma secreta está en la dirección de penetración espacial, perpendicular al plano, que produce esa superposición de niveles, y que no es como la ilusión óptica de la perspectiva (ilusión de profundidad hacia lo lejos); aquí, comienza en la experiencia de la visión cercana, foco de la conciencia, y llega hasta la lejanía que revierte capa sobre capa a la profundidad de nuestra propia profundidad. Un modo de sondearnos especularmente. Palimpsesto del inconsciente. Ahí, la emoción”.

La vasta obra de Díaz Rinaldi se manifiesta en los diversos medios y canales expresivos, con sus múltiples variaciones en cuanto a materiales utilizados y cuya manifestación más conocida es el soporte del grabado, pero el recorrido de la artista también se dibuja en la gama de temas que ocuparon su atención a lo largo de su carrera. Sus preocupaciones abarcan territorios tan disímiles como pueden ser cada una de las piezas que componen un mosaico. La transformación de la vida cotidiana por medio de la técnica, los derechos humanos, la historia del arte y la vida de los artistas, la arquitectura antigua y su relación con el pasado y el presente a través de la figura del fragmento, la relación entre naturaleza y cultura, caos y orden, abstracción y figuración y su equilibrio en el plano de la obra, entre muchas otras. Este amplio espectro de temas está signado por una conciencia social y un compromiso con su oficio que encontró reconocimiento público, una vez más, en el 2010, cuando la Academia Nacional de Bellas Artes le otorgó el Premio Alberto J. Trabucco. “Creo en los caminos. Cuando decidí ser artista, no elegí el éxito, elegí el camino. Y ese recorrido está lleno de metas que uno va cumpliendo: premios nacionales, municipales, internacionales… y el Premio Alberto J. Trabucco es una meta bastante importante. Me parece que llegó en el momento apropiado y que es, por otro lado, en reconocimiento a una vida dedicada al arte”, manifestaba Alicia en una entrevista que le hizo la revista Arte al Día.

Por cierto, un recorrido que no se detiene y que cada día, cada año y cada década crece más y más. Tiempo circular, la exposición del 2011 en la galería de la Fundación Mundo Nuevo, indaga la heterogeneidad de las relaciones en el espacio pictórico mediante la inclusión de grabados de apariencia orgánica sobre la superficie del lienzo, que conviven pacíficamente con estructuras geométricas de colores plenos. Al decir del crítico Julio Sánchez en el texto de la muestra, “en muchos de sus trabajos hay una organización binaria de las formas, planos de color que se enfrentan al impulso de líneas, pulsiones orgánicas y manchas dispersas. De un lado hay un universo bidimensional pleno de color y ordenado geométricamente; del otro, un mundo inquieto, fulgurante e impredecible de líneas, manchas y texturas. En todas estas obras hay una afirmación tácita, ellas también parecen decirnos que el universo está organizado con una apariencia sólida (en los planos de color) y un estado sutil (representado por lo impredecible). Aquel cuarzo rosa es también con la obra de Alicia, tiene una existencia material que podemos describir con palabras, pero a la vez encierra una vibración microscópica (infra-mince, diría Marcel Duchamp), difícil de captar con los parámetros de la razón. Hay que bloquear los modos tradicionales del conocimiento para poder acceder a la memoria arcaica de la piedra y hay que ver cómo Alicia abre en cada una de sus obras una dialéctica apasionada entre los distintos planos de la realidad, un diálogo entre el mundo visible y el invisible”.

Por esos años, se revisitan en dos importantes muestras colectivas las acciones y trabajos que el Grupo 6 realizó en la década del 80. La primera, en la galería RO en 2010, estuvo dedicada exclusivamente al Grupo y la segunda, Discursos gráficos: artistas y grupos de producción gráfica entre 1960 y 1990, en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE en 2013, reunió en una exposición antológica curada por Matilde Marín tres décadas de activismo gráfico. A estas revisiones históricas se suma la participación de Alicia en los encuentros de la muestra Libros de artistas-grabadores argentinos y en otras exposiciones dedicadas al grabado tanto en Argentina como en el exterior.

El vaivén temporal y espacial que hace de Díaz Rinaldi una ciudadana del mundo se agudiza con el estudio y planteamiento de un tema que tuvo poca prensa al principio, pero que con el correr de los años se volvió una gran preocupación para las naciones centrales: la emigración de personas de países árabes y africanos, afectados por la guerra y la pobreza, al continente europeo. Es así que, en el transcurso de aproximadamente diez años, Díaz Rinaldi estuvo inmersa en la elaboración de una serie de trabajos que se mostraron en Berlín en 2015 y, dos años más tarde, en el Museo Quinquela Martín, en el barrio porteño de La Boca. Mientras trabajaba en el sur de España, la artista comenzó a observar la llegada de barcos que transportaban personas provenientes del continente africano y a notar que las noticias en la televisión y los periódicos relataban deportaciones y muertes producidas por las condiciones precarias e insalubres del traslado. Estos hechos le causaron un gran impacto y sintió una necesidad de dar testimonio de esa situación. Así, comenzó a trabajar en una obra que simulaba un enorme hormiguero -nuestro mundo- roto y quebrado por la guerra que hace que miles y millones de seres humanos, representados por hormigas, se desplacen de un lugar a otro del planeta para formar y convivir en un nuevo hormiguero. Integrada por fotografías, videos, instalaciones y grabados, la muestra Migraciones: un viaje a la esperanza fue un hito, tanto por el carácter pionero del planteo como por el giro conceptual que representó en su obra. En el texto de la muestra, Rodrigo Alonso ponía el acento en el discurso poético que generaba el conjunto de las obras en el espacio de exposición: “Aunque parte muchas veces de materiales documentales, sus trabajos privilegian las metáforas y las alegorías, que multiplican los sentidos y elevan los hechos singulares a la categoría de lo ejemplar. Dejando de lado los nombres propios, presenta el tema como un acontecimiento que afecta a la humanidad en su conjunto, y en particular, a cada uno de los que formamos parte de ella. Desde el punto de vista formal, su trabajo recurre a elementos mínimos. Huellas gráficas que parecen mapas traducen los interminables territorios (...) Con este vocabulario exiguo, Alicia Díaz Rinaldi ajusta las rimas de su discurso poético. Mediante procedimientos gráficos, combina, contrapone, destaca y funde imágenes, complementadas eventualmente con los rostros y los cuerpos de los emigrados provistos por los medios de comunicación. De esta amalgama emergen conflictos y tensiones, relatos visuales que potencian el pensamiento y la imaginación”. Asimismo, Alonso incluía una reflexión sobre la importancia de la participación del espectador en el universo discursivo que propone la artista: “Un espejo intervenido con hormigas y barcos de papel duplica el recinto incorporando al espectador en la compleja trama de realidades y símbolos. La imagen inmediata del visitante propone una ruptura al universo mediatizado de los materiales artísticos, con el fin de afianzarlo en su presente e invitarlo a una reflexión sin dilaciones: allí donde la alquimia de los elementos estéticos refuerza la singularidad del poder cognoscitivo del arte y su potencial crítico; allí donde los sucesos ya conocidos adquieren una nueva dimensión que los arranca de la naturalización con que los abordan los mass-media. Allí mismo hay que tomarse el tiempo para meditar (...) El observador, al verse incluido en el reflejo junto a las multitudes sufrientes, no puede menos que experimentar una empatía por lo que ve, que lo aproxima imaginaria y emocionalmente a ellas. Después de todo, Migraciones: un viaje a la esperanza no busca documentar o informar sobre las vicisitudes de los emigrados africanos, sino provocar una respuesta emocional hacia las condiciones en las que se encuentra una buena parte de los seres humanos que conviven con nosotros en el planeta (...) Sin esta posibilidad, el arte se torna puramente ilustrativo, y pierde su poder para inducir impresiones e ideas transformadoras”.

Alicia Díaz Rinaldi renueva en cada nueva obra su mirada y su pensamiento sobre el sentido social, intelectual y cultural del arte. En San Telmo, donde vive y trabaja, es considerada representante de un patrimonio intangible (es parte del Distrito de las Artes y realizó sus dos muestras más recientes en el Palacio Lezama), de un hacer que será legado a los discípulos y guardianes de un oficio que se transmite de generación en generación. El conjunto de su obra genera, en quienes la conocen y respetan, una “impresión” transformadora que busca enlazar en equilibrio a los opuestos de un universo de por sí desafiante.

Lorena Alfonso

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