La dualidad del universo

Es escritura. Escritura plástica, escritura gráfica. Es la obra de Alicia Díaz Rinaldi. Perfec­ción técnica a la vista. Pero sería imprudente detenerse allí, puesto que lo vislumbrado, incluso en una ojeada rápida, es tanto más.

Conviene prestar atención a una suerte de Obertura, el único grabado sin título.

 

La enciclopedia. Aquí hay registro de términos, la anticipación de una sintaxis y cier­tas evidencias del uso. Nada más y nada menos que el universo de la artista, es decir; el horizonte de significatividad que ha seleccionado para esta muestra. En el citado gra­bado se impone la diferencia entre la columna y la serie de pequeños animales. Por un lado columnas invertidas, célula privilegiada del orden monumental, con vagas reminis­cencias palladianas. Por el otro la serie viviente -lagarto, iguana, renacuajo, cangrejo, áca­ro-, extraída asimismo de un alejado corpus textual.

Vida y cullura: se enfrentan en la clasificación identificatoria que avanza su nomenclatu­ra. Preludio del juego que varias imágenes abren.

 

El despliegue. Hermoso ejemplo, "El batallón", de formación militar: Parada brava, dis­puesta en el área delimitada de una planta arquitectónica. La de la Rosada, en el cora­zón de la ciudad, la plaza Victoria. Ostenta el mismo esquema espacial la obra "En ace­cho", donde los lagartos se desplazan inquietos. Por el contrario en "El centinela", el cangrejo, quieto, es el intruso americano que Díaz Rinaldi convoca en la historia de ayer y de hoy. Instalado en la base del esquema arquitectónico, el guardián resguarda, vela, mientras avizora en lo alto la puerta-balcón de un recognoscible clasicismo que nues­tro contexto ha apropiado a través de los estuoios del arquitecto Francisco Tamburini. Un potente dispositivo narrativo activa el racconto gráfico con alusiones múltiples de­satadas en las configuraciones de la visibilidad. Así "En extinción". La flecha negra, una sola, violenta, le apunta a la edificación rojiza y la invade, rodeada por cuatro templetes cuya exactitud simétrica produce la marcación del territorio. Siempre en la base -me­diante coordenadas espaciales omnipresentes-, un ignoto islote blanco, irregular; inven­to de la irrealidad imaginaria, alberga el caimán, el yacaré americano (¿en extinción?). Otro grabado, "La espera", recorrido por ílechas, promueve vectores de claro designio comunicativo que vehiculizan la señal en dirección a un "afuera": espacio sin demarcar; en un horizonte de indeterminación futura.

 

Más allá de la simetría

Diversos trabajos intermedios, auténticas mediaciones, proponen la irrupción del or­namento barroco que se alía, imponiéndose, a la estructura. En otros emerge el espe­sor rotundo de formas asimétricas que se recortan del fondo informe: escritura de sig­nos imprecisos, restos de un lenguaje antiguo, amical, cotidiano. La autoridad contun­dente del estatuto clásico se deja ganar, entonces, por la memoria de los ancestros, pa­sados y recientes. Reminiscencias de relatos ya casi indescifrables. Testimonio de lo ya sido, finitud recobrada que perdura en el simulacro, el juego de las simetrías y las asi­metrías que contrarrestan, con éxito, los intentos del desorden y el caos a que todo artista se expone. Con la estabilidad de la columna, la brisa del follaje y la deriva de las volutas, entretanto, se desplaza el juego abiertamente barroco de los contrastes. Tran­sacciones estéticas muy actuales.

 

¿Y yo?

¿Faltaba decirlo? Son suyas las estrategias y maquinaciones, es ella la que produce, lee, interpreta, adquiriendo en consecuencia el derecho bien ganado de mostrarse a sí mis­ma. De presentarse como autora, como mujer, como cuerpo, como mirada y ojo. Con­tinúa haciendo lo que le conocemos, jugar entre lo que se ve y lo que no se ve, deve­lar sin manifestar nunca del todo, descubrir ocultando. Lo traslucen las imágenes, como no menos un conjunto de máscaras referidas lúdicamente a la temporalidad breve de los días de la semana. En éstos no faltan ocasiones múltiples de ensayarlas. Y de creer, muchas veces, que somos nosotros mismos lo que la superficie patentiza. Máscaras pa­ra eludir molestias, ofensas, para protegernos. ¿Para agredir7

Cuidado, máscaras impresas. No es un matiz, dado que es su métier. El de un oficio im­pecable y de un intento de indagación persistente, continuo, profundo, del propio ser y del ser del mundo, a través de la discontinuidad vital de una identidad posible que pone a prueba, peligrosamente, tanto los cambios como la permanencia.

En esa mirada introspectiva está el ojo, rodeado , focalizado por el círculo del anteojo, cerca, muy cerca del corazón desnudo de un torso descarnado.

 

Algo más. Hoy

Siempre un retorno es posible, y aún necesario, quizá. De modo especial recordamos una imagen, "Esquema y signo". EL esplendor del negro exhibiendo la ambigüedad del arco, de la cruz, de la planta arquitectónica, del templo. El romano y el cristiano, en la herencia a la que ella declara pertenecer en las prolongaciones de nuestros parajes urbanos.

El templo, la casa de Dios. Oh Dios, oh Dios, exclamó alguien desde las alturas cuan­do comenzó a ver las aguas (del Hudson) y a lo lejos las elevadas torres.

Horacio, ilustre poeta latino, sentenció hace milenios: O temporo! O mores!

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