Un espacio para la reflexión emocional, 2015
Rodrigo Alonso
Botschaft Der Republik Argentinien
Berlín, Alemania
Migrar, cambiar de entorno, descubrir nuevos horizontes, desplazarse, son quizás las actividades más antiguas que conocemos los seres humanos. Sabemos que en sus orígenes nuestras comunidades fueron nómades. Sin embargo, con el nacimiento de las ciudades, el arraigo, la pertenencia a un lugar, adquiere un valor cada vez más importante al punto que, para los griegos, no existe peor castigo que el destierro, la expulsión del sitio al que se considera el hogar.
No es casual que éstos hayan desarrollado con tanta maestría el relato épico, un tipo de narrativa basada en el viaje de un personaje al que se califica de héroe. De hecho, este héroe es un producto del viaje mismo. Luego de atravesar diversas dificultades, sortear obstáculos, enfrentarse a monstruos y quimeras, el protagonista de estas hazañas se descubre dueño de un carácter y unas habilidades que antes ignoraba y que definen los rasgos de su estatura heroica. Estas propiedades no son sólo físicas. Los griegos sabían que toda travesía es un viaje al interior de uno mismo, que cada prueba a lo largo del camino es un desafío tanto material como espiritual.
La obra de Alicia Díaz Rinaldi detiene su atención en un tipo de relato épico contemporáneo que por repetido pareciera haber perdido su carácter excepcional: el de los miles de emigrados africanos que día a día intentan mejorar sus condiciones de existencia buscando territorios propicios para la vida digna que en sus lugares de origen no poseen. Como sostiene la artista, “nadie deja su tierra, su familia, su lugar en el mundo sino por razones tan fuertes como la supervivencia, la persecución, la búsqueda de un sitio para la esperanza”. Esta búsqueda es hoy una tarea titánica para estos aventureros que se lanzan hacia lo desconocido con las únicas armas de su voluntad y sus cuerpos. Pero los cuerpos físicos, y sobre todo los jurídicos, son vulnerables. Sabemos que muy pocos consiguen sus objetivos y que muchos de ellos quedan en el camino, ante sociedades que los observan con compasión pero sin soluciones reales para evitar las reiteradas tragedias.
La artista argentina se propone llamar la atención sobre este hecho, y lo lleva al primer plano de su obra con el fin de agitar la reflexión y la conciencia. Aunque parte muchas veces de materiales documentales, sus trabajos privilegian las metáforas y las alegorías, que multiplican los sentidos y elevan los hechos singulares a la categoría de lo ejemplar. Dejando de lado los nombres propios, presenta el tema como un acontecimiento que afecta a la humanidad en su conjunto, y en particular, a cada uno de los que formamos parte de ella.
Desde el punto de vista formal, su trabajo recurre a elementos mínimos. Huellas gráficas que parecen mapas traducen los interminables territorios. Las hormigas, eternas migrantes y eternas trabajadoras, proporcionan la figura de la masa informe que atraviesa la tierra superando obstáculos, con un destino en común. Los barcos de papel aluden literalmente al viaje sobre las vastas extensiones acuáticas, pero de igual manera, nombran la fragilidad, el rumbo impreciso y la esperanza. Con este vocabulario exiguo, Alicia Díaz Rinaldi ajusta las rimas de su discurso poético. Mediante procedimientos gráficos, combina, contrapone, destaca y funde imágenes, complementadas eventualmente con los rostros y los cuerpos de los emigrados provistos por los medios de comunicación. De esta amalgama emergen conflictos y tensiones, relatos visuales que potencian el pensamiento y la imaginación.
Por otra parte, la artista expande sus dispositivos semánticos hacia el espacio y el tiempo expositivos. Un espejo intervenido con hormigas y barcos de papel duplica el recinto incorporando al espectador en la compleja trama de realidades y símbolos. La imagen inmediata del visitante propone una ruptura al universo mediatizado de los materiales artísticos, con el fin de afianzarlo en su presente e invitarlo a una reflexión sin dilaciones: allí donde la alquimia de los elementos estéticos refuerza la singularidad del poder cognoscitivo del arte y su potencial crítico; allí donde los sucesos ya conocidos adquieren una nueva dimensión que los arranca de la naturalización con que los abordan los mass-media. Allí mismo hay que tomarse el tiempo para meditar.
El espejo introduce también la dimensión especular que está en la base de los procesos de identificación (como en el estadio del espejo desarrollado por Jacques Lacan, o en el mecanismo de construcción de la verosimilitud fíllmica estudiado por Christian Metz). El observador, al verse incluido en el reflejo junto a las multitudes sufrientes, no puede menos que experimentar una empatía por lo que ve, que lo aproxima imaginaria y emocionalmente a ellas. Después de todo, Migraciones. Un viaje a la esperanza, no busca documentar o informar sobre las vicisitudes de los emigrados africanos, sino provocar una respuesta emocional hacia las condiciones en las que se encuentra una buena parte de los seres humanos que conviven con nosotros en el planeta. La posibilidad de elaborar un pensamiento que no deje de lado a las emociones y los sentimientos es uno de los objetivos más esenciales del arte orientado hacia la reflexión social. Sin esta posibilidad, el arte se torna puramente ilustrativo, y pierde su poder para inducir impresiones e ideas transformadoras.
La exposición se completa con una proyección de imágenes documentales tomadas de diferentes medios de comunicación, interferidas por fotografías registradas por la artista. El choque entre las típicas representaciones de la prensa, que exaltan la desesperación y la tragedia, y la mirada cercana, interesada, amorosa, de Díaz Rinaldi, genera un relato visual que multiplica las aristas a través de las cuales se puede abordar el tema. Asimismo, la sucesión de las imágenes en el tiempo introduce una secuencialidad narrativa que se complementa de manera singular con las obras plásticas, que funcionan en una suerte de registro atemporal debido a su naturaleza estática y permanente. La orquestación de todos estos tiempos, sumados a los que el visitante dedica a la observación, el análisis y la reflexión, aporta a la heterocronía propia de nuestra época, en la que coexisten diferentes realidades con diferentes leyes, diferentes propósitos y diferentes dinámicas.
En la introducción a Heterocronías. Tiempo, arte y arqueologías del presente, Miguel Ángel Hernández-Navarro asegura, “El régimen temporal hegemónico de Occidente ha tendido hacia una supresión de la pluralidad del tiempo. Una pluralidad connatural a lo humano que, desde los inicios de la Modernidad tecnológica, comenzó a ser abolida por los ritmos de producción de la mercancía. El individuo moderno se convirtió entonces en un «sujeto» de un tiempo único impuesto desde instancias que lo superaban”.
En Migraciones. Un viaje a la esperanza, la temporalidad múltiple puesta en juego en la instalación recupera esa perspectiva plural, enriqueciendo la experiencia estética y ampliando los horizontes de la subjetividad. Una subjetividad abierta ahora a encontrarse en la mirada de unos seres que luchan por su vida superando adversidades. Una mirada esperanzada que busca en nosotros un reconocimiento y una respuesta sin dilación.