Alicia Díaz Rinaldi o el poder de la memoria,
Matilde Marín
Corría el año 1967 y una joven artista caminaba presurosa por las calles del barrio de Botafogo en Río de Janeiro. Su destino era el Museo de Arte Moderno de esa ciudad, donde comenzaría con sus clases de grabado, becada por la embajada de Argentina. Unos años atrás, más precisamente en 1965, Alicia Díaz Rinaldi iniciaba su pasión por el grabado de la mano de Delia Cugat, en un taller que compartían en el barrio de Almagro.
Para Alicia, el viaje a Brasil y su permanencia de varios años en una ciudad como Río de Janeiro permitieron que la construcción de su obra gráfica posterior estuviera impregnada de técnicas novedosas, de una libertad de expresión intensa y la conciencia de que en el grabado no existe una última palabra porque sus parámetros se redefinen continuamente.
En Brasil, en esos años, tomó contacto con la obra de Arthur Piza, Livio Abramo y Mira Schendel, entre otros, y su primera obra gráfica adhirió a la representación del plano, la textura y la línea usando planos definidos y creando contrastes.
Su indagación utilizó el aguafuerte y el aguatinta, técnicas tradicionales pero con una actualización importante en la imagen producida. La dualidad y la utopía sin destino estaban presentes en la imagen y la técnica elegidas pero, principalmente, la ambivalencia del mundo vivido que su percepción recibió al transitar esa ciudad cultural extravagante, colorida y con grandes contrastes sociales.
“Comprendiendo que lo uno enfatiza y hace visible lo otro”.
Su regreso a la Argentina, hacia 1970, le produjo un deseo de conocer lo que pasaba en el ámbito artístico de aquellos años en su patria. Observó que las técnicas tradicionales habían florecido en manos de los nuevos jóvenes artistas, pero supo, desde su óptica y sus aprendizajes recientes, que el arte del grabado internacional también se había expandido hacia otros territorios. Entonces, exploró el rol de las estampas que deseaba crear, miró también los libros ilustrados y su diferencia con los libros de artista. Continuó investigando las posibilidades de la estampa y trabajó de una manera más evidente en el recorte de los metales. Alicia inició un método de trabajo que desarrollaría y llevaría a niveles muy importantes en los años siguientes, en los que el papel dejó de ser simplemente un soporte para convertirse en parte de la obra.
A partir de 1976, su producción adquirió una temática en consonancia con la realidad del país. El candidato y los de la serie de El loco, El vicario y El impostor fueron algunos de sus personajes arquetípicos del momento y de su producción.
Técnicamente, se liberó, produjo magníficas e inspiradas obras gráficas, en las que las zonas de color, el recorte del acetato, los perfiles de sus personajes dialogando entre sí, buscando rescatar al hombre, no eran imágenes surrealistas, sino la realidad directa como motivo de creación.
“No creo que pueda elegir una obra ya realizada que fuera a mi entender la mejor, siempre la mejor es la que uno espera realizar”.
El esperado retorno a la democracia y a la cultura en los 80 permitió que muchos artistas reorientasen acciones en su producción. En el grabado se abrió una nueva etapa: la incorporación de técnicas provenientes de otras áreas aportó energía a las prácticas tradicionales. En ese período del país, muchos artistas buscaron estrategias para romper las barreras entre arte y vida y encontraron que el horizonte del grabado en Argentina se podía nutrir de propuestas que sobrevolaran la idea rígida con la que se lo miraba. De algún modo, la energía y el espíritu de los 60 fueron retomados en los 80.
El Grupo 6 surgió en 1984, Alicia, cofundadora del Grupo, adhirió a lo que se constituyó como producto de la recuperación de la democracia y desde sus inicios su intención fue revalorizar y actualizar el grabado en Argentina. Los otros integrantes eran Olga Billoir, Mabel Eli, Zulema Maza, Graciela Zar y quien suscribe.
Por su formación, fue una agrupación dinámica y abierta, pues encarnaba una nueva generación de artistas que no deseaban vincularse a una propuesta estética uniforme. Muy por el contrario, partían de un criterio de libertad que incluía expresiones que generaban polémica en el medio acerca de su pertenencia a la esfera del grabado. Cada participante, en definitiva, encaró la experiencia gráfica desde una óptica individual consciente de que, en ese proyecto grupal, el desafío más interesante era la confluencia de recursos y estéticas diversas.
El Grupo 6 estuvo activo entre 1984 y 1990 y sus exposiciones más recordadas produjeron un gran cambio en la percepción gráfica en Argentina. Realizaron una primera muestra en el Museo de Arte Moderno (1985) y continuaron en el Museo Eduardo Sívori dentro del Centro Cultural Recoleta (1986), en la Bienal de Valparaíso (1987), en el Instituto de la Cultura Puertorriqueña en el marco de la Bienal de Puerto Rico (1988), entre otras.
Para esas performances grupales, Alicia puso al servicio del Grupo 6 su creatividad al trabajar la obra a partir del libre uso de materiales y técnicas de impresión. Indagó en la imagen no tradicional vulnerando el soporte, en los espacios llevó el grabado hacia la tridimensionalidad alterando ciertos códigos gráficos y así creó obras innovadoras en el campo específico.
Su idea renovadora fue cuestionar la condición bidimensional del grabado, pero no su esencia: la multiplicidad de la imagen gráfica. Su otro gran aporte al grabado argentino fue la introducción del collagraph, técnica que permitió la experimentación y que enseñó en talleres a lo largo del país, en Paraguay y Chile y desde su taller particular en Barracas.
“Me interesa el hecho de que la obra sea múltiple, que sea una secuencia, que pueda estar en lugares distintos simultáneamente”.
En 1989, ganó el Gran Premio de Honor del XXV Salón Nacional con Erasmo, obra que contiene diversas ideas para sus próximas series. A partir de ese año, su producción se relacionó con el fragmento y, en lo temático, con cuadros icónicos de la historia del arte. Posteriormente, en una extensa serie de grabados, exploró la “memoria arqueológica visionaria”. Como lo describió la crítica Rosa Faccaro, “Alicia Díaz Rinaldi rescata el tinte perpetuo e inmóvil del recuerdo, en esta evocación clásica…”. La cita en su obra entonces se encuentra en el fragmento histórico y las imágenes son organizadas en el intermitente fluir de esa memoria. “En su obra el lugar está señalado como posibilidad, y el tiempo tiene que ver con la modificación, mutación o transformación de un mundo en crisis”, afirmaba Faccaro.
En la década del 90 comenzó a cambiar en su obra el campo gráfico e inició un diálogo en el que predominaba lo escultórico y la combinación de formas, y utilizó moldes de resina con imágenes de frisos, capiteles y rostros griegos. La historia del arte se volvió un cruce más definitivo y presente. Produjo libros de artista cavando en su interior formas e interviniéndolos con pequeñas ánforas en libros de edición antigua, practicó una suerte de arqueología propia uniendo la historia, sirviéndose del grabado y el volumen.
A partir de esos años, la creación se precipitó y se sucedieron varias series emblemáticas en su producción. Valiosos grabados que rescataban la memoria histórica de la Ciudad de Buenos Aires a partir de los planos originales de Francesco Tamburini, arquitecto italiano contratado por el Estado argentino, quien completó y creó multitud de proyectos, entre los que se encuentran los edificios de la Casa Rosada y el Teatro Colón.
En el 2001, invitada por el Fondo Nacional de las Artes, realizó una gran exposición en el Centro Cultural Recoleta, donde volvió a trabajar la instalación a partir del autorretrato. La imagen de la artista como testigo de su hacer y de su propia obra compartió el espacio con máscaras realizadas con exquisita técnica. Las tituló Una por día, todas en un día. La exposición estuvo integrada por una cuidada selección de grabados realizados en esos últimos años, que establecieron un tránsito de imágenes en un diálogo entre pasado y presente.
En septiembre de 2010 ganó el Premio Alberto J. Trabucco de grabado, otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes, con una obra titulada Extraño equilibrio, donde está presente toda su experiencia como artista y como grabadora, nuevamente el blanco y negro reivindicando el grabado. El blanco del papel intervenido por negros intensos y, en los dobleces imaginarios del papel, grafías realizadas con técnicas diversas unidas con maestría.
El mundo cambia y la obra cambia. Alicia comenzó a producir, a partir del 2015, una obra que se relacionó de modo más concreto con la realidad y que percibió en muchos de sus viajes. Observó la incertidumbre que genera la fragilidad del planeta, los desplazamientos humanos como desgarramientos, los comportamientos personales y, por último, la pandemia del COVID-19. Migraciones: un viaje a la esperanza y Pandemia son grupos importantes de su última producción.
Entonces vemos que, desde un lejano Río de Janeiro y sus enseñanzas recogidas en el Museo de Arte Moderno de esa ciudad, la artista ha transitado intensamente por el mundo del arte. Ha investigado sin miedo los recursos gráficos, que puso a disposición de su obra. Ha realizado acciones y se ha sumergido en la instalación. Ha utilizado el papel como soporte, usó el color, también el blanco y negro, y lo múltiple, distinciones que rescatan la tradición gráfica. Su producción abrió caminos a los jóvenes grabadores y ofreció un abanico de posibilidades, enseñó como docente en múltiples seminarios en Argentina, Latinoamérica y Europa y tuvo el viaje como motor para su trabajo.
Finalmente, en cada imagen, en cada grabado, en cada intervención, siempre encontramos la ética de su pensamiento y esa es su elección como artista. Su relación con el arte nos proporciona una experiencia estética única.